Vivir en cuarentena está resultando cambiante. Los primeros días me sentí como de vacaciones. Había un relajo en el aire, pude dormir, estirarme, alinear mis chakras e hice yoga.
Pensé que era un cambio que venía para mejor y así me lo tomé. Desde un primer momento, empecé a darle más tiempo a la alimentación y a preparar alimentos que hacía rato quería incluir en mi dieta.
Cuando me instalé en lo de mi mamá para pasar la cuarentena acompañándola a ella y a su marido, pensando en que son dos adultos mayores y viven en una casa gigante, me traje mis nódulos de kefir de leche que venía teniendo medio abandonados en la heladera.
En pocos días los rescaté y volvieron a tener el sabor fresco y ácido de siempre, cosa que había cambiado con esto de no darles bola, cambiar la leche cada muerte de obispo, se habían puesto más amargos. Igual seguían siendo comestibles pero el gusto era medio feo.
También empecé un proyecto que había querido hacer en algún momento del 2018 o 2019 y se me había truncado: la masa madre.
Resulta que mi vieja tenía kilos de harina de centeno, cebada y avena. Tardé 5 días en hacer la masa madre y después me puse a hacer pan, que tarda 2 días en hacerse. Aunque casi que se hace sólo. No hay que andar amasándolo como al pan de levadura. Pero hay que estar atenta e ir haciendo unos pliegues simples cada cierto tiempo. Un pliegue, 30 minutos de descanso, otro pliegue.
Para el segundo pan los 30 minutos de descanso se me hacían 4 horas como si nada. Pero el pan queda bien igual. Es medio agrio, pero ya todos nos acostumbramos. Y yo me empecé a preguntar si preparar jamón crudo casero será muy difícil.
Aunque me cuide mucho con las comidas, o lo intente, no soy vegana ni vegetariana. Sino que trato de seguir una alimentación paleo o autoinmune.
El pan de masa madre no es paleo ni autoinmune, pero me gusta el pan. Y pensé que podía probar cómo me afectaba comer así de este modo.
La casa de mi mamá tiene una terraza donde se instaló hace años una cocina con todo lo necesario. Mi vieja tiene esta casa hace unos 10 años y la viene reformando de cero desde que se mudó. Fue un trabajo de hormiga y lo seguirá siendo porque aún queda mucho por hacer.
Lamentablemente, no le sale aceptar ayuda porque a mi me encantaría meter mano en cualquier ambiente y decorarlo.
Además, el estado de la casa muy grande de mi vieja se empieza a deteriorar porque no llegan a acomodarla y porque además tienen demasiadas cosas que ya habría que soltar.
Libros de mi abuela, muebles de todo tipo, mantas que no se llegan a usar. Los dibujos y juguetes de cuando mi hermana y yo eramos chicas. Todavía tiene guardados nuestros diarios íntimos.
Y yo que soy todo lo contrario, pienso que es una acumuladora. Entonces ella piensa que le voy a tirar todo y que voy muy rápido. Además es un poco TOC. Y yo también.
Pero para venirme acá, tuve que reacondicionar el cuarto donde nos íbamos a quedar con mi nene.
Estoy separada desde hace un año más o menos. Así que vivir sola en cuarentena con un chiquito de dos años me parecía una locura. Pero bueno, ni bien llegué a mi casa materna, hubo que hacer espacio para nosotros dos y la cantidad de cosas que trajimos.
Porque yo me traje dos o tres prendas de ropa, pero me vine con la vitamina C, el aceite de coco, el cedrón para el mate, el magnesio, me traje todos los cuadernos que vengo usando, algunos libros. El kefir! Que así empezó esta historia. Las acuarelas y las cartas de tarot.
Todo antes de que sean las 12, hora en que empezaba la cuarentena.
Juro que me pasé los primeros 15 días de cuarentena en ese estado. Zen. Hasta que hace dos días, extendieron la cuarentena 15 días más. Ya lo sabía. Pero igual. Y dos días después. Empezaron a llegar las facturas.
Hasta que extienden la cuarentena
Todos los meses las cuentas me agarran igual. Totalmente desprevenida. Como si no me acostumbrara a que siempre vienen. Como si de verdad pensara que las empresas iban a mandar un mail diciendo que me perdonaban la deuda.
De hecho, para lxs psicólogxs, los meses de verano, desde diciembre incluido, son meses muy tranquilos a nivel laboral. La gente se empieza a ir de vacaciones. Con el arribo del sol todos están más tranquilos, con menos problemas, más enfocados en descansar que en resolver los conflictos que quedan un poco tapados.
Yo además trabajo en una escuela y en verano eso también se acaba, así que mi verano fue como muy trancu.
Pero volver al ruedo durante dos semanas y que enseguida empecemos una cuarentena que te cambia totalmente las reglas del juego, me volteó la economía.
Y el hecho de que toda la vida haya sido una colgada absoluta con el tema dinero, no me ayudó en nada.
Así que estos días me tuve que enfocar en reestructurar mi negocio para adecuarlo a la situación actual.
Poniendo en juego mis propias reglas también, las que fueron tomando fuerza en estos días de introspección personal. Porque no estoy dispuesta a dejar ir los valores que sostienen mi forma de ser en el mundo.
Es más, esos valores se fueron fortaleciendo.
Reforzar los valores y aprender a soltar
La terraza me hizo recordar la importancia del contacto con la tierra. Y eso me hizo reforzar la sustentabilidad. Hacer mi propio compost, separar los reciclables, dejar los procesados, decir adiós a los envoltorios, al plástico, a contaminar más de lo que puedo juntar. A tener más de lo que puedo usar.
La acumulación que veo en mi familia desde hace años me hizo reconocerme como minimalista ya en el 2019. Tiré 10 millones de cosas para irme a una casa más chica. Y ahora con la cuarentena dejé mil cosas más en esa casa y me traje lo esencial. Lo que pude meter en un auto. E igual algunas cosas ni las toqué.
Pero solté. Solté como nunca. Y ante eso sentí que aparecí yo. Más valorizada. Mejor posicionada ante mí misma. Y más genuina.
Yo y mis ideas, mis emociones, mis barreras. Sin velos.
Preguntas de cuarentena
Y ante todo eso, la pregunta que viene rondando mi cabeza desde hace meses: ¿Qué quiero hacer de mi vida? Y qué voy a hacer efectivamente. Qué es posible.
Porque algo de todo lo que fui aprendiendo quiero transmitírselo a quien le interese. Porque hay un montón de información que ayuda a resolver los grandes problemas existenciales de la humanidad.
La falta de ganas. La falta de ganas es una constante, pero ¿se soluciona sólo con herramientas de psicología? La verdad es que yo tuve que modificar mi alimentación, mi ritmo de vida, mi forma de trabajar y mi concepción del mundo.
Y sí, para esto usé herramientas de psicología que me ayudaron enormemente, sobre todo herramientas de terapias basadas en la evidencia como la terapia cognitivo conductual, la psicología cognitiva y las neurociencias, pero también la psicología del consumidor, el marketing, las neuroventas y el coaching me aportaron recursos.
Y también la astrología, algunas brujerías que fui conociendo y el tarot.
Esta mezcla de 1500 cosas soy yo. Son mis esenciales. Los que me acercan a mi meta: vivir de lo que me gusta: la escritura, la psicología, el arte y la alimentación.
Si querés aprender cómo vivir de tu pasión cuando te gustan 10 millones de cosas, o cuándo no sabés qué querés. O si querés aprender a disfrutar o a estar enfocada o los 10 millones de cosas de las que me gusta escribir a mí, planeo ir escribiendo sobre esas cosas.
Son muchas. Sí. Porque es todo un estilo de vida.
Así que si te gustan estas cosas, me vas a poder leer más a partir de ahora.